La música como arma de tortura
Se cumplieron 47 años de aquel 24 de marzo de 1976 cuando las 3.15 de la madrugada, las Fuerzas Armadas de Argentina ingresaban a la Casa Rosada para tomar el gobierno del país mediante un golpe cívico-militar derrocando a la presidenta María Estela Martínez de Perón. El proyecto de control de la Junta Militar (Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti) no sólo incluía la persecución, tortura y desaparición de personas y un ataque directo a la clase trabajadora; también se recortó el arte con mecanismo de censura de obras y listas negras de artistas.
Serú Girán |
El periodista Valentino Vitolla escribió en Página 12 que la dictadura llevó a cabo uno de los ataques más siniestros a la cultura que el país jamás haya vivido. Se censuraron libros, películas y revistas para borrar cualquier recuerdo de la cultura libre, nacional y popular, pero por sobre todo se prohibieron centenares de canciones con el objetivo de evitar, en palabras del dictador Videla, “cualquier lavado de cerebro, confusiones a nuestra juventud y desapegos a nuestros valores tradicionales”.
Al mismo tiempo que la Junta Militar censuraba parte de la cultura para “expurgar de contenidos políticos e inmorales a los repertorios de las canciones populares” —enfatiza el historiador Sergio Pujol— la melodías de muchos de esos artistas eran usadas para llevar a cabo un cruento proceso de tortura contra miles de personas detenidas clandestinamente. Mientras Serú Girán debutaba con uno de sus primeros conciertos en el Estadio Obras en 1978, canciones de Mercedes Sosa o de los Rolling Stones —entre otras— sonaban en forma repetitiva y con excesivo volumen en las salas de tortura de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) para desgastar y tapar los gritos de las personas secuestradas ilegalmente.
En una entrevista, Abel Gilbert —periodista, músico y autor de Satisfaction en la ESMA: música y sonido durante la Dictadura— aseguraba que “lo que todavía resulta problemático es la falta de decisión para reconocer la contigüidad entre la cultura y la barbarie”. Y siendo es aún más explícito señalaba: “Había 5 cuadras entre el Servicio de Información del Ejército y el Teatro Colón y 6 entre la ESMA y Obras Sanitarias. El uso siniestro de lo sublime resulta de lo más perturbador”. Gilbert relaciona desde los usos que los torturadores hacían de la música hasta las películas y las óperas realizadas por encargo de la dictadura cívico-militar. Todo, para exponer un ecosistema auditivo del terror.
Al mismo tiempo que la Junta Militar censuraba parte de la cultura para “expurgar de contenidos políticos e inmorales a los repertorios de las canciones populares” —enfatiza el historiador Sergio Pujol— la melodías de muchos de esos artistas eran usadas para llevar a cabo un cruento proceso de tortura contra miles de personas detenidas clandestinamente. Mientras Serú Girán debutaba con uno de sus primeros conciertos en el Estadio Obras en 1978, canciones de Mercedes Sosa o de los Rolling Stones —entre otras— sonaban en forma repetitiva y con excesivo volumen en las salas de tortura de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) para desgastar y tapar los gritos de las personas secuestradas ilegalmente.
En una entrevista, Abel Gilbert —periodista, músico y autor de Satisfaction en la ESMA: música y sonido durante la Dictadura— aseguraba que “lo que todavía resulta problemático es la falta de decisión para reconocer la contigüidad entre la cultura y la barbarie”. Y siendo es aún más explícito señalaba: “Había 5 cuadras entre el Servicio de Información del Ejército y el Teatro Colón y 6 entre la ESMA y Obras Sanitarias. El uso siniestro de lo sublime resulta de lo más perturbador”. Gilbert relaciona desde los usos que los torturadores hacían de la música hasta las películas y las óperas realizadas por encargo de la dictadura cívico-militar. Todo, para exponer un ecosistema auditivo del terror.
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